, Benet, Juan Volveras a Region 

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radicalmente. No logró encontrar sino un centenar escaso de hombres agotados y barbudos,
los ojos hundidos y las caras desfiguradas por las ampollas y que, tras una semana tirados
sobre unas piedras o con medio cuerpo metido en el agua de una zanja, eran tan incapaces
de apercibirse de la llegada de sus libertadores corno de quitarse de la boca las hormigas o
los mosquitos. Durante casi una semana merodeó por el teatro de la batalla, tratando por
todos los medios de pasar inadvertido y dispuesto a consumir el tiempo necesario para, con
el mayor ahorro posible, obtener la mayor cantidad de información y reconocer el camino
más práctico y expedito que le devolviera a la vertiente de Macerta. Casi un mes duró aquella
correría, ocultándose por los caminos y sendas, no respondiendo al fuego de las patrullas
enemigas, desandando una y otra vez el mismo itinerario, recorriendo las líneas de
convergencia del dispositivo republicano y, en fin, cavando las tumbas de sus doscientas
bajas. No pasó por Socéanos ni por La Requerida sino por un collado mucho más elevado y
septentrional desde el cual -de haber hecho una noche despejada- habría alcanzado a ver el
horizonte humeante de Región y el resplandor de unas luces que por aquellas fechas apenas
se encendían. Aquel invierno en Macerta lo dedicó al estudio y a la redacción de un
anacrónico informe dirigido al Alto Mando para dar cumplida cuenta de las causas del
fracaso y de su posible enmienda en un ulterior ataque. Quizá la persona a quien iba
dirigido, a duras penas recuperada de las emociones de Teruel, paró poca atención en él y
solamente lo comentó con su superior jerárquico con el piadoso reconocimiento de quien se
ha visto en situaciones más apuradas y ha sabido salir airoso de ellas. Pero en un cierto nivel
del Alto Mando hubo sin duda alguien que vio en el informe de Gamallo -premonición que
había de valer el coronelato del viejo- un plan cuyas posibilidades e implicaciones estaban
vedadas a los ejecutores materiales de la guerra, a los hombres del frente que creen que la
destrucción del enemigo es el único propósito de una guerra civil. En su informe Gamallo
patrocinaba un ataque a Región en gran estilo, siguiendo en líneas generales el mismo
itinerario del desgraciado coronel caído en la acción de Burgo Mediano y fundamentado no
sólo en su experiencia de la campaña anterior, sino en otras muchas razones, en cierto modo
evidentes para cualquier hombre que contase con un conocimiento sumario de aquellas
tierras. En primer lugar porque se había demostrado de forma palmaria y en toda la
amplitud posible que la conquista del puerto de Socéanos, con tiempo estable, no suponía
otros sacrificios que los de una expedición montañera en gran escala; en segundo lugar
porque la ocupación de todo el valle bajo del Torce -haciendo la progresión en el sentido
opuesto al de las aguas para coger por su frente aquellos estrechamientos y puntos de
resistencia en los que unos pocos hombres con una ametralladora y un howitzer podían
detener el avance de una compañía- significaba cuando menos una campaña de cuatro
meses y un número prohibitivo de bajas y daños. Por consiguiente una vez conquistado el
alto de Socéanos, situado a los dos tercios de longitud del valle, las fuerzas de la República
tendrían que optar por defenderse en Región y aguantar el cerco o, siempre que se les
enfrentara una capacidad ofensiva que les obligara a renunciar a esa división de sus
efectivos que tan buen resultado les dio en la campaña anterior, buscar refugio en el valle
alto y en la montaña. Si se decidían por defender Región y retirarse hacia aguas abajo
bastaba con perseguirlos, en el sentido, favorable de la marcha, y aniquilarlos en las vegas
bajas, destacando una fuerza que taponara la salida del valle, en la confluencia del Torce y
del Formigoso. Por el contrario, si optaban por refugiarse en la montaña era posible afirmar
que con sólo plantear la operación de tal suerte se habría conquistado Región y la zona más
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Volverás a Región Juan Benet
codiciada y valiosa del valle sin, necesidad de disparar un tiro, reduciendo la bolsa a un
sector montañero de ocho ayuntamientos y menos de mil vecinos, carente de los más
imprescindibles recursos para aguantar una guerra organizada durante más de un par de
meses. Todo el informe, en efecto, no era sino una cadena de sofismas que el más inexperto
oficial de Estado Mayor -a sabiendas de que para aquellas fechas lo último que la liquidación
del frente de Región exigía era una operación de gran estilo- podía echar abajo con un
comentario marginal. Pero en marzo de 1938, tanto en el Grupo de Ejércitos del Norte como
en el Alto Estado Mayor un cierto número de oficiales de la más alta graduación -que con
fundado recelo observaban el hormigueo político en torno a los organismos del nuevo Estado-
no pudieron eludir su propio temor ante los progresos de la ofensiva de Aragón: su frenesí
triunfal había de trocarse, a mediados de abril de aquel año, con la espectacular toma de
Vinaroz y la división en dos del mapa republicano, en apetito de velocidad primero y en
vértigo ante el vacío después. Ciertos ejecutores materiales de la guerra comprendieron por
aquellos días que hasta entonces no habían hecho sino procurar la victoria, descuidando sus
consecuencias y su inevitable desenlace y dejando a los hombres de la retaguardia -que
jamás empuñaron el fusil ni calzaron las botas- el aprovechamiento de su triunfo. Todas las
ofensivas, si se pueden llamar así, que se plantearán en la primavera y verano del año 38 se
traducirán, por deseo expreso del Mando, en batallas de usura, en ataques frontales con los
que desgastar los cuadros -los cuadros de campo sustituidos a menudo por oficiales
políticos-, en largas campañas de inútil atrición al único objeto de prolongar hasta sus
últimas consecuencias una guerra concluida con un plantel de vencedores demasiado
numeroso e inquietante. Los italianos del CTV (en el momento en que se podían extraer sus
largas espinas) y las divisiones marroquíes -todos los políticamente inofensivos- son
apresurada e inexplicablemente retirados de las primeras líneas para sustituirlos por unas
formaciones frescas procedentes de Valladolid, de Galicia, de Navarra y del Maestrazgo,
hombres que ocuparon jubilosos las trincheras y que -antes que el manejo 'de las armas-
aprendieron a cantar, a ensayar los aires triunfales con que se dispusieron a hacer su
entrada en Madrid, en Valencia y en Región. El Plan Gamallo fue, por consiguiente, uno de
aquellos de última hora que se estudió con severidad y rigor y que, a fin de cuentas, fue
elegido como el más idóneo para terminar la campaña con la ayuda de un par de divisiones
de navarros entusiastas y pugnaces, de vallisoletanos de honra y de flemáticos y reticentes
gallegos cuyos nombres se inscribieron en unas cuantas cruces y lápidas de mármol, los
ornamentos con que el nuevo Estado se decidió a pagar la destrucción que había acarreado a
aquella comarca refractaria a su credo. En unas pocas semanas el autor del plan fue elevado
al coronelato y a Macerta comenzaron a llegar camiones -capturados al enemigo en el frente [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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