, Leiber, Fritz La Mente Arana y Otros Relatos 

[ Pobierz całość w formacie PDF ]

empezaron a abrirse y a hablar de África del Norte, de Stalingrado. de Anzio, de Corea, y de
cosas así, y yo me sentí muy feliz por lo menos en un sentido.
Luego, hace aproximadamente un mes, apareció Max, el hombre al que yo estaba buscando
realmente. Un soldado genuino con mis mismos puntos de vista históricos sobre las cosas... Sólo
que él sabía mucho más que yo; a su lado yo era un vulgar aficionado. Max tenía un atractivo
especial y, además, quería hacerse mi amigo. Varias veces me invitó a su casa, de forma que
podía considerarle algo más que un contertulio. Max era bueno para mí, aunque todavía no tenía
la menor idea de quién era o a qué se dedicaba.
Naturalmente, Max no se había abierto a la tertulia las primeras noches. Como yo, se limitaba a
tomar su cerveza y se sentaba tranquilamente, tanteando el ambiente. Pero tenía tal aspecto de
soldado que la tertulia estuvo dispuesta desde el principio a aceptarle. Era un hombre bajo y
fornido, de manos fuertes, rostro curtido y sonrientes ojos cansados, que parecían haberlo visto
todo alguna vez en su vida. La tercera o cuarta noche, Bert dijo algo de la batalla de las Ardenas,
y Max empezó a contar cosas que había visto allí, y por las miradas que Bert y el Lugarteniente
intercambiaron comprendí que Max había «aprobado». Era ya el séptimo miembro aceptado de
la tertulia, contándome a mí, el espectador de aspecto clerical. Yo nunca oculté mi total
inexperiencia militar.
Al poco tiempo  no debían de haber pasado más de una o dos noches , Woody arriesgó un par
de faroles, y Max le replicó poniéndose a su altura. Ese fue el principio del cuento del «soldado
del tiempo y del espacio». El cuento estaba bien. Supongo que sin duda pensamos que Max era
un apasionado por la historia y que le gustaba exponer su afición de una forma pintoresca. Pero
Max era tan vívido en sus descripciones de otros lugares y tiempos, y tan casual a la vez, que uno
sentía que tenía que haber algo más. A veces, sus ojos se quedaban tan perdidos y nostálgicos al
hablar de cosas sucedidas a cincuenta millones de kilómetros o hacía quinientos años que Woody
casi se moría de risa, lo cual era en realidad el tributo más sincero que se podía rendir a la
elocuencia de Max.
Max incluso mantenía el cuento cuando estábamos él y yo solos, caminando o en su casa 
nunca venía a la mía , aunque entonces hablaba con nostalgia, de modo que más que
convencerte de que era un soldado de una Potencia luchando a lo largo de todos los tiempos para
cambiar la historia, parecía querer dar a entender que nosotros, los hombres, éramos criaturas
con imaginación, y que nuestra principal tarea era intentar sentir lo que podía haber existido en
otros tiempos, lugares y cuerpos. Una vez me dijo:
 El crecimiento de la conciencia lo es todo, Fred: la conciencia envía sus semillas a través del
espacio y del tiempo. Pero puede enraizar de muchas maneras, tejiendo su tela de mente en
mente como la araña, o haciendo madrigueras en la oscuridad inconsciente como una serpiente.
Las peores guerras son las guerras del pensamiento.
Pretendiera lo que pretendiese, yo le seguía la corriente, lo cual creo que es la forma más
correcta de comportarse con otro hombre, chiflado o no, mientras puedas hacerlo sin atentar
contra tu propia personalidad. Otro hombre trae un poco de vida y aventura al mundo. ¿Por qué
matarla? Es una simple cuestión de educación y estilo.
Pensé mucho sobre el estilo desde que conocí a Max. «No importa tanto lo que hagas en la vida
 me dijo una vez , seas soldado o burócrata, cura o ratero, sino que lo hagas con estilo. Es
mejor fracasar con elegancia que triunfar en lo mediocre. Nunca disfrutarás los éxitos de la
segunda alternativa.»
Max parecía comprender mis problemas sin que tuviera que confesárselos. Me decía que el
soldado se entrena para la valentía. Según Max, el objeto de la disciplina militar es que uno se
lance a la gesta sin vacilar cuando la prueba de seis segundos se presenta una vez cada seis
meses. El soldado no tiene ninguna virtud especial, ni la virilidad que le falta al civil. Y en
cuanto al miedo, todos los hombres tienen miedo, dijo Max, excepto unos cuantos psicópatas o
tipos suicidas, y ellos solamente no tienen miedo a nivel consciente. Pero cuanto mejor se conoce
uno a sí mismo, a los hombres que le rodean y las situaciones con las que tiene que enfrentarse
(aunque nunca pueden conocerse a fondo y a veces sólo se tiene de ellas una idea general), mejor
preparado se está para vencer el miedo. Hablando en términos generales, si uno se prepara
mediante la autodisciplina diaria de pensar honestamente sobre la vida, si se piensan con
realismo los problemas y oportunidades que pueden presentarse, cada vez son mayores las
posibilidades de no fallar en la prueba. Por supuesto, yo había leído y oído esas cosas antes, pero
pronunciadas por Max significaban mucho más para mí. Como ya he dicho, Max era bueno para
mí.
Así que, aquella noche en que Max habló de Copenhague, Copérnico y Copeybawa, y que yo
imaginé ver un gran perro negro con ojos rojos, aquella noche, cuando caminábamos por las
calles desiertas, hundidos en nuestros abrigos, mientras el reloj de la universidad desgranaba
once campanadas..., bien, aquella noche yo no pensaba nada especial, sólo que estaba con mi
querido compañero el chiflado y que pronto estaríamos en su casa tomando un tentempié. El mío
sería un café.
Definitivamente, no esperaba nada.
Hasta que, al doblar la esquina barrida por el viento, justo delante de su casa, Max se detuvo de
golpe.
La destartalada habitación y media con vistas a la calle de Max estaba en un edificio de ladrillo
de tres pisos, cuya planta baja ocupaban unos almacenes abandonados. Una escalera de incendios
recorría la fachada, bordeando las ventanas. El tramo inferior, contrapesado, era de los que se
balancean hasta el suelo cuando alguien baja por él..., es decir, si alguien se atreve a hacerlo.
Cuando Max se detuvo de golpe, yo me detuve también, por supuesto. Max miraba en dirección
a su ventana. Estaba oscura y no pude ver nada especial, excepto el hecho de que él, o alguna
otra persona, había dejado lo que parecía un fardo grande y negro, que se recortaba junto a ella
en la oscuridad. No sería ésta la primera vez que alguien utilizaba el rellano de la escalera de
incendios para guardar trastos o incluso, contraviniendo todas las normas de seguridad, para
tender ropa.
Max permanecía inmóvil, observando.
 Oye, Fred dijo lentamente . ¿Qué te parece si vamos a tu casa, para variar? ¿Sigue en pie
tu invitación?
 Por supuesto, Max. ¿Por qué no?  contesté inmediatamente, en el mismo tono que él .
Llevo siglos proponiéndotelo.
Mi casa estaba dos manzanas más allá. No teníamos más que doblar la esquina, y estaríamos en
la dirección correcta.
 De acuerdo  dijo Max . Vamos.
Su voz tenía un dejo de impaciencia que no había oído nunca. Parecía muy ansioso por doblar la
esquina. Me sujetó el brazo.
Max ya no miraba hacia la escalera de incendios, pero yo sí. El viento se había calmado de golpe
y todo estaba inmóvil. Mientras doblábamos la esquina  para ser exactos, mientras Max me
empujaba , el gran fardo se levantó y me miró con ojos que parecían brasas.
No dejé escapar ningún grito ni dije nada. No creo que Max se diese cuenta de que yo había visto
algo, pero me sentí muy inquieto. Ahora no podía achacar la visión a colillas o a las luces
traseras de algún coche. Algo así era difícil de situar en el tercer rellano de una escalera de
incendios. En aquella ocasión mi mente iba a tener que racionalizar con mucha más inventiva
para dar con una explicación. Y mientras ésta no llegase no tenía más alternativa que creer que
algo..., bueno, anormal, sucedía en esa parte de Chicago. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • modemgsm.keep.pl