, Unamuno, Miguel de Del sentimiento trĂĄgico de la v 

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remembranza de aquella tibia paz de la inconsciencia que dentro de él fue el alba que precedió a nuestro
nacimiento y un dejo de aquella dulce leche que embalsamó nuestros sueños de inocencia; la madre que no
conoce más justicia que el perdón ni más ley que el amor. Nuestra pobre e imperfecta concepción de un
Dios con largas barbas y voz de trueno, de un Dios que impone preceptos y pronuncia sentencias, de un
Dios Amo de casa, Pater familias a la romana, necesitaba compensarse y completarse; y como en el fondo
no podemos concebir al Dios personal y vivo, no ya por encima de rasgos humanos; mas ni aun por encima
de rasgos varoniles, y menos un Dios neutro o hermafrodita, acudimos a darle un Dios femenino, y junto al
Dios Padre hemos puesto a la Diosa Madre, a la que perdona siempre, porque como mira con amor ciego,
ve siempre el fondo de la culpa y en ese fondo la justicia única del perdón... »
A lo que debo ahora añadir que no sólo no podemos concebir al Dios vivo y entero como solamente varón,
sino que no le podemos concebir como solamente individuo, como proyección de un yo solitario, fuera de
sociedad, de un yo en realidad abstracto. Mi yo vivo es un yo que es en realidad un nosotros; mi yo vivo,
personal, no vive sino en los demás, de los demás y por los demás yos; procedo de una muchedumbre de
abuelos y en mí lo llevo en extracto, y llevo a la vez en mí en potencia una muchedumbre de nietos, y Dios,
proyección de mi yo al infinito -o más bien, yo proyección de Dios a lo infinito- es también muchedumbre. Y
de aquí, para salvar la personalidad de Dios, es decir, para salvar al Dios vivo, la necesidad de fe -esto es,
sentimental e imaginativa- de concebirle y sentirle con una cierta multiplicidad interna.
El sentimiento pagano de divinidad viva obvió a esto con el politeísmo. Es el conjunto de sus dioses, la
república de estos lo que constituye realmente su Divinidad. El verdadero Dios del paganismo helénico es más
bien que Zeus Padre (Júpiter), la sociedad toda de los dioses y semidioses. Y de aquí la solemnidad de la
invocación de Demóstenes cuando invocaba a los dioses todos, a todas las diosas: roas 6eoiS _-vxouai zúaa
Kai záuats. Y cuando los razonadores sustantivaron el término dios, B_-ós, que es propiamente un adjetivo,
una cualidad predicada de cada uno de los dioses, y le añadieron un artículo, forjaron el dios -ó 6sóS
abstracto o muerto del racionalismo filosófico, una cualidad sustantivada y falta de personalidad por lo tanto.
Porque el dios no es más que lo divino. Y es que de sentir la divinidad en todo no puede pasarse, sin riesgo
para el sentimiento, a sustantivarla y hacer de la Divinidad Dios. Y el Dios aristotélico, el de las pruebas
lógicas, no es más que la Divinidad, un concepto y no una persona viva a que se pueda sentir y con la
que pueda por el amor comunicarse el hombre. Ese Dios que no es sino un adjetivo sustantivado, es un dios
constitucional que reina, pero no gobierna; la Ciencia es su carta constitucional.
Y en el propio paganismo grecolatino, la tendencia al monoteísmo vivo se ve en concebir y sentir a Zeus
como padre, ZSVs irar4p que le llama Homero, Iu-piter, o sea Iu pater entre los latinos, y padre de toda una
dilatada familia de dioses y diosas que con él constituyen la Divinidad.
De la conjunción del politeísmo pagano con el monoteísmo judaico, que había tratado por otros medios de
salvar la personalidad de Dios, resultó el sentimiento del Dios católico, que es sociedad, como era sociedad
ese Dios pagano de que dije, y es uno como el Dios de Israel acabó siéndolo. Y tal es la Trinidad, cuyo más
hondo sentido rara vez ha logrado comprender el deísmo racionalista, más o menos impregnado de
cristianismo, pero siempre unitario o sociniano.
Y es que sentimos a Dios, más bien que como una conciencia sobrehumana, como la conciencia misma del
linaje humano todo, pasado, presente y futuro, como la conciencia colectiva de todo el linaje, y aún más como
la conciencia total e infinita que abarca y sostiene las conciencias todas, infrahumanas, humanas y acaso so-
brehumanas. La divinidad que hay en todo, desde la más baja, es decir, desde la menos consciente forma viva,
hasta la más alta, pasando por nuestra conciencia humana, la sentimos personalizada, consciente de sí misma
en Dios. Y a esa gradación de conciencias, sintiendo el salto de la nuestra humana a la plenamente divina, a la
universal, responde la creencia en los ángeles con sus diversas jerarquías, como intermedios entre nuestra
conciencia humana y la de Dios. Gradaciones que una fe coherente consigo misma ha de creer infinitas, pues
sólo por infinito número de grados puede pasarse de lo finito a lo infinito.
El racionalismo deísta concibe a Dios como Razón del Universo, pero su lógica le lleva a concebirlo
como una razón impersonal, es decir, como una idea, mientras el vitalismo deísta siente e imagina a Dios
como Conciencia y, por lo tanto, como persona o más bien como sociedad de personas. La conciencia de
cada uno de nosotros, en efecto, es una sociedad de personas; en mí viven varios yos, y hasta los yos de
aquellos con quien vivo.
El Dios del racionalismo deísta, en efecto, el Dios de las pruebas lógicas de su existencia, el ens
realissimum y primer motor inmóvil, no es más que una Razón suprema, pero en el mismo sentido en que
podemos llamar razón de la caída de los cuerpos a la ley de la gravitación universal, que es su explicación. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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