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amenazadora. Ella viviría eternamente, ya había vivido cuarenta o cincuenta mil años. Pero un día la carne inferior de el rechazaría las curas médicas y las dosis de enzimas. Moriría, mientras ella seguiría existiendo para siempre. Su carne inferior la rechazaba. - Eres hermosa, Calapina - reconoció. - Tus ojos nunca lo admiten - objetó ella. - ¿Qué quieres, Cal? - preguntó Nourse -, ¿lo quieres a el... a Max? - Quiero sus ojos - contestó ella -, sólo sus ojos. Nourse miró a Allgood y masculló: - Mujeres. - Su voz tenía un tono de falsa camaradería. Allgood se quedó atónito. Nunca había oído un tono de voz como aquél en un Optiman. - Insisto - exigió Calapina -. No interrumpas mis palabras con chistes machistas. Max, en el fondo de tu corazón, ¿qué sientes por mi? - Ahhhh - suspiró Nourse. - Yo lo diré - afirmó ella, al ver que Allgood permanecía callado -. Tú me adoras. No lo olvides nunca, Max. Me veneras. - Miró a Boumour y a Igan y les despidió con un ademán. Allgood bajó los ojos, reconociendo la verdad en aquellas palabras. Se dio la vuelta y, flanqueados por los acólitos, los tres salieron del salón. Al llegar a la escalinata, los sirvientes quedaron atrás y la barrera descendió. Igan y Boumour miraron a la izquierda y observaron un nuevo edi ficio, al final de la explanada que se extendía frente a la Administración. Admiraron los muros almenados, cuyas aberturas aparecían cubiertas por filtros coloreados que despedían rayos de luz rojos, azules y verdes. Comprendieron que el edificio bloqueaba el camino que habían pensado tomar para salir de la Central. Un edificio erigido en un instante, otro juguete de un Optiman. Al verlo planearon el itinerario de la forma automatica que les distinguía como asiduos de los dominios de los Optimen. Los simples y habitantes de la Central parecían conocer por instinto la ruta a través de los arabescos de calles. El lugar era un desafío para los cartógrafos, ya que estaba supeditado a los cambios y caprichos de los Optimen. - ¡Igan! Era Allgood, que estaba tras ellos. Se dieron la vuelta y esperaron a que el les alcanzara. Allgood se plantó frente a los dos con los brazos en jarra y exclamó: - ¿También vosotros la adoráis? - No digas estupideces - replicó Boumour. - No - dijo Allgood. Tenía los ojos hundidos en las cuencas -. Yo no pertenezco a ningún culto Folk, ni a ninguna congregación de reproductores. ¿Cómo voy a adorarla? - Sin embargo, lo haces - afirmó Igan. - ¡Sí! - Ellos son la verdadera religión de nuestro mundo - dijo Igan -. No es necesario profesar un culto ni llevar un talismán para saberlo. Calapina se limitó a advertirte que si existe una conspiración, los que formen parte de ella son herejes. - ¿De verdad crees que quiso decir eso? - Desde luego. - Y ella debe saber cómo acaban los herejes - dijo Allgood. - Sin duda - aseguró Boumour. 6 Svengaard había visto el edificio en los vídeos de entretenimiento. Había oído descripciones de la Sala del Consejo, pero estar allí, en la barrera del aislamiento, con el brillo cobrizo del crepúsculo sobre la colina... nunca había imaginado que llegaría a suceder. En el montículo que se erguía frente a sus ojos distinguía la parte superior de los ascensores. Más allá había otras lomas con edificios que parecían excavados en la piedra. Una mujer cruzó la explanada conduciendo un vehículo impulsado por aire comprimido, lleno de extraños bultos. A Svengaard le inquietó el contenido de los fardos, pero sabía que no debía preguntar ni mostrar curiosidad. Pasó por delante de una columna que ostentaba el triángulo rojo de salida de farmacia. Echó un vistazo a su escolta. Había atravesado medio continente en el tubo subterráneo, con un vagón para él solo y el agente de Seguridad T. Ya en la Central, el agente uniformado de gris seguía a su lado. Svengaard empezó a subir la escalinata. La Central le sobrecogía. En aquel lugar flotaba un presagio de desgracias. Aunque sospechaba cuál era el origen de su aprensión, no lograba quitársela de encima. Se trataba de las supersticiones Folk que no podía evitar recordar. La mayoría de los Folk eran personas sin leyendas ni mitos antiguos, excepto por lo que se refería a los Optimen. En la memoria de los Folk, la Central y los Optimen estaban presentes como presagios siniestros surgidos del pavor y la adulación. ¿Por qué me habrán convocado?, se preguntó. Su acompañante no había querido informarle. Al llegar junto al muro, aguardaron en silencio y con nerviosismo. Svengaard descubrió que incluso el agente estaba intranquilo. ¿Por qué me habrán convocado? El agente carraspeó y dijo: - ¿Conoce el protocolo? - Creo que si. - Cuando entre en el vestíbulo, mantenga el paso de los acólitos que le acompañarán desde allí. Se entrevistará con los Tuyere: Nourse, Schruille y Calapina. Recuerde que debe dirigirse a ellos por sus nombres. No utilice términos como muerte, morir o matar. Evite dichos conceptos si puede. Deje que ellos tomen la palabra. Lo mejor es no tomar ninguna iniciativa. Svengaard suspiró. ¿Me habrán traido aqui para ascenderme? Eso debe de ser. Hice mi aprendizaje con [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ] |
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