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de la comida. -Miles se puso de pie- Vamos, Suegar. Oliver los despidió con un gesto irritado. Retrocedieron en orden. Cuando Miles miró por encima de su hombro, Oliver se había levantado y caminaba hacia un grupo de mantas ocupadas, situadas en la tangente con respecto a la suya y saludaba a un conocido con la mano. -¿Y dónde vamos a conseguir tropas de quinientos soldados antes de la próxima comida? -preguntó Suegar- Mejor será que te advierta de que Oliver era lo mejor que teníamos. La próxima jugada puede ser mucho más dura. -¿Qué? -le preguntó Miles- ¿Tan pronto se derrumba tu fe? -Creo -dijo Suegar- Lo que pasa es que no veo. Tal vez eso me hace bendito, no lo sé. -Me sorprende. Pensaba que era bastante obvio. Ahí. -Miles señaló a través del campo hacia la frontera sin marcas del grupo de las mujeres. -Ah. -Suegar estaba sorprendido, tenso-. Oh, oh, no sé, no sé, Miles. -Sí, vamos. -No vas a entrar ahí si no te haces un cambio de sexo. -¿Qué? No me digas que con toda tu fe nunca has intentado predicar tu escritura entre ellas... -Lo intenté. Y me golpearon. Después de eso traté en todos lados menos ahí. Miles hizo una pausa y se mordió los labios, estudiando a Suegar. -No fue una derrota. Si fueras de los que se dejan vencer no habrías resistido todo este tiempo, esperándome. Lo que te impidió seguir buscándolas... ¿fue la vergüenza? ¿Te atrae algo de ellas, especialmente? Suegar negó con la cabeza. -No personalmente. Excepto, tal vez, pecados de omisión. No tenía corazón para seguir molestándolas. -Todo este lugar está sufriendo por pecados de omisión. Un alivio, que Suegar no fuera algo así como un violador confeso. Los ojos de Miles recorrieron la escena, buscando el esquema a partir de las pocas claves que hubiera en la posición, los grupos, la actividad. -Sí... la presión predadora produce una conducta de reunión en la manada. Siendo la... la fragmentación social lo que es aquí, la presión debe de ser muy alta para mantener un grupo de ese tamaño en funcionamiento. Pero no he notado muchos incidentes desde mi llegada... -Depende -dijo Suegar-. Fases de la luna o algo así... Fases de la luna, correcto. Miles envió una plegaria de gracias en su corazón a los dioses que fueran -a quien corresponda- por el hecho de que los cetagandanos hubieran implantado algún tipo de anovulatorio en todas las prisioneras femeninas, junto con las otras inmunizaciones. Bendito fuera el individuo olvidado que había puesto esa cláusula en las reglas de la Comisión judicial, y así había obligado a los cetagandanos a utilizar formas más sutiles de tortura. Y al mismo tiempo, la presencia de embarazos, bebés y niños, ¿no habría sido otra fuerza desestabilizadora, o una fuerza estabilizadora más profunda y más fuerte que todas las otras lealtades que los cetagandanos parecían haber quebrado con tanto éxito? Desde un punto de vista puramente logístico, Miles se sentía feliz de que la cuestión fuera sólo teórica. -Bueno... -Miles respiró hondo y se colocó un sombrero imaginario sobre la cabeza en un ángulo agresivo-. Soy nuevo aquí y por lo tanto, por ahora, no estoy marcado. Que los que no tengan culpa arrojen la primera piedra. Además, tengo una ventaja para este tipo de negociación. Es obvio que no soy una amenaza. -Hizo un gesto como para marchar hacia su objetivo. -Te esperaré aquí -dijo Suegar y se acuclilló en el lugar en el que se encontraba. Miles caminó calculando el tiempo para interceptar a una patrulla de seis mujeres que hacía la ronda por el perímetro. Se colocó frente a ellas y se quitó el sombrero imaginario para colocarlo estratégicamente sobre sus genitales. -Buenas tardes, señoras. Permítanme disculparme por mi... Su presentación quedó truncada cuando se le llenó la boca de polvo. Cuatro mujeres lo habían rodeado y le habían echado las piernas hacia atrás y los hombros hacia delante. Miles terminó en el suelo boca abajo. Ni siquiera se las había arreglado para escupir cuando se encontró en el aire volando el círculo, mareado, con la cabeza hacia abajo todavía y las manos de las mujeres sobre sus manos y sus piernas. Una cuenta de tres entre dientes y Miles voló en un arco corto hacia delante y aterrizó hecho un trapo no muy lejos de Suegar. La patrulla continuó su ronda sin decir ni una sola palabra. -¿Ves a lo que me refiero? -dijo Suegar. Miles giró la cabeza para mirarlo. -Tenías esa trayectoria calculada centímetro a centímetro, ¿verdad? -se quejó con amargura. -Aproximadamente, sí -aceptó Suegar-. Pensé que te iban a tirar un poco más lejos que siempre, por tu tamaño, quiero decir. Miles se sentó, tratando de recuperar el aliento. Mierda con esas costillas. Se le habían casi arreglado pero ahora le horadaban el pecho con una agonía eléctrica cada vez que trataba de respirar. Esperó unos minutos, se puso de pie y se sacudió. Después lo pensó de nuevo y levantó también el sombrero invisible. Mareado, tuvo que apoyar las manos sobre las rodillas durante un momento. -De acuerdo -murmuró- Vamos de nuevo. -Miles... -Tiene que hacerse, Suegar. No hay alternativa. Y además, cuando empiezo algo, no puedo dejar de seguir intentándolo. Me dijeron que soy patológicamente empecinado. No puedo dejar las cosas como están. Suegar abrió la boca para objetar y después se tragó su protesta. -De acuerdo -dijo. Se acomodó con las piernas cruzadas y la mano derecha sobre su biblioteca de harapos en un gesto inconsciente- Esperaré a que me llames. -Pareció caer en un sueño, una meditación, tal vez simplemente dormitaba. El segundo intento de Miles terminó exactamente igual que el primero, excepto que su trayectoria fue tal vez un poco más larga y un poco más alta. El tercer intento terminó igual, pero la lucha de Miles fue mucho más corta. -Bien -murmuró para sí-. Seguramente, las estoy cansando. Esta vez se puso paralelo a la patrulla, fuera del alcance de las manos de las mujeres, pero dentro del alcance de sus oídos. -Escuchad -jadeó-, no tenéis por qué hacer esto tantas veces. Os lo voy a [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ] |
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